El silencio, la palabra y el sonido


Al principio existía la Palabra,
y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios.
Al principio estaba junto a Dios
.

Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra
y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe.

En ella estaba la vida,
y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en las tinieblas,
y las tinieblas no la percibieron.

Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan.

Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.

Él no era luz, sino el testigo de la luz.
La Palabra era la luz verdadera
que, al venir a este mundo,
ilumina a todo hombre.
Ella estaba en el mundo,
y el mundo fue hecho por medio de ella,
y el mundo no la conoció.
Vino a los suyos,
y los suyos no la recibieron.
Pero a todos los que la recibieron,
a los que creen en su Nombre,
les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios.
Ellos no nacieron de la sangre,

ni por obra de la carne,
ni de la voluntad del hombre,
sino que fueron engendrados por Dios.
Y la Palabra se hizo carne
y habitó entre nosotros.
Y nosotros hemos visto su gloria,
la gloria que recibe del Padre como Hijo único,
lleno de gracia y de verdad.”
Juan 1: 1-18

Si tú no hablas pero escuchas cómo las palabras surgen de tu garganta, desde lo más
profundo de tu caja torácica, pugnando por salir y verbalizarse, ¿es eso romper el silencio?
¿Conjuran los sonidos el éter y estallan en sentidos? Cuando hablas, ¿te expresas o
explosionas? ¿Qué aparece antes el silencio, el sonido o la palabra? y ¿en qué forma?
Los sonidos se escalan; podemos graduarlos y conseguir que nos lleven a otros estados
de conciencia. Las palabras nos muestran, como las piedras, el camino. Y el silencio lo
conforma todo, porque antecede y completa. El enorme poder de conjurar sonidos en el
aire y trascribirlos al papel, dar forma al aire en movimiento, convertirlo en notas
musicales o signos ortográficos… ese es el arte de la palabra que acompaña al silencio.
La oralidad de la humanidad se pone a cubierto. Los sonidos se expanden desde la
naturaleza, alrededor, por debajo y por encima del ser humano y se hacen discordantes,
asonantes, disonantes, sonantes y sonoros para elevar su frecuencia y provocar una
emoción determinada en cada uno de nosotros. Las letras importan porque conforman
palabras, y son transposiciones concretas de ideas, de conceptos, imaginados e
imaginaciones que nos acompañan a cada cual según vivencias y modo de vida, palabras
que están cargadas de significado y significante. Verbalizamos el silencio. Sentimos la
literalidad de las palabras y la necesidad de expresarlas en un papel. ¿Por qué?
¿Demonizamos así nuestros temores escribiéndolos para atraparlos como moscas
empapadas de tinta en una hoja? ¿Sentimos la necesidad de transmitir nuestras ideas y
descubrimientos en algo más efímero que el boca a boca? ¿Es por ello por lo que
grabamos en piedras, pinturas y chips palabras que evocan ideas, y estas a su vez sonidos
que nos transmiten conocimientos y así siempre, en eterna espiral de resonancias, de
silencios, de sonidos? ¿Es este el sentido último de los sortilegios, de las repeticiones, la
explicación de ir ritualizando determinadas palabras? ¿Da esto sentido al decurso de la
logia?
Sin duda: sí.
Las palabras magnifican y al tiempo delimitan, puesto que son, en sí mismas limitadas y
no pueden expresarlo todo; el lenguaje nos constriñe y nos obliga a utilizar
aproximaciones orales y escritas, convencionalmente conocidas como lenguaje
articulado, para expresar lo inefable. Los sonidos exceden a las palabras complementando
mentalmente aquello de lo que ellas carecen y creando un cuadro más completo de lo que
deseamos expresar. El silencio es lo que lo envuelve todo. El silencio es la suma de los
sonidos y de las palabras. Es el pensamiento completado. Estuvo antes y estará después.
El aire está cargado de sonidos en un silencio envolvente que dota a cada palabra de la
articulación precisa, de manera que cada una de ellas toma corporeidad y configura un
volumen que ocupa un espacio determinado en una frecuencia determinada dentro de un
entorno determinado. Se crea así la forma del sonido articulado, con sus compases de
silencio, logrando envolvernos en sonidos y mutismos. Del verbo al sigilo. De la pausa a
la resonancia.
La historia de la semántica nos enseña que las palabras son símbolos que tienen como
referencia objetos o conceptos del mundo e ideas externas al propio lenguaje; son
asociaciones cognitivas utilizadas para determinados referentes, de ahí que mi concepto
concreto del término mesa no sea igual al de ninguna otra persona, si bien todos
compartimos el mismo símbolo convencional que lo representa; es decir el significado de
la palabra es algo convencional y generalizado, mientras que el significante, el referente,
es múltiple, tanto como lo son los objetos que se denominan con esa palabra. Esta concepción del significado de la palabra como unidad que incluye el pensamiento general y el intercambio social es determinante para poder comprender las relaciones entre el
lenguaje y el crecimiento del individuo como tal y con respecto a la sociedad en la que
está inscrito, y en última instancia con su papel dentro de la logia. He aquí la importancia
de la palabra: transmitir y evocar conceptos que dentro de un determinado contexto dé
lugar a concreciones diferentes, a trasmutaciones provocadas por los diferentes
significados que podemos asociar a ellas según los distintos estados de conciencia, por
eso no es lo mismo el concepto de una palabra o símbolo en el grado de aprendiz, que de
compañero y/o maestro. Algunos filósofos, sobre todo los de la escuela de Platón,
sostienen que todos los sustantivos se refieren a entidades existentes. Otros afirman que
los sustantivos no siempre nombran entidades, sino que sirven como referencia a una
colección de objetos o sucesos. En este sentido, la mente, en lugar de referirse a una
entidad, se refiere a una colección de sucesos mentales experimentados por una persona.
El filósofo y lingüista austriaco Wittgenstein cuestiona que la palabra tenga un mero
carácter trasmisor de pensamiento y acciones y la considera un acto activo y construido
socialmente, siendo este juego recursivo de la palabra lo que puede conducir al
pensamiento, de manera que si el pensamiento se manifiesta en palabras, el pensamiento
a su vez genera palabras, sobre todo al considerar que el acto de escuchar no es algo
pasivo, sino que es un acto interpretativo, es decir activo, y que da como resultado que la
palabra, a su vez, genere pensamientos. Por lo tanto, esta tiene dos caras: trasmitir y
generar pensamientos. Al emplear la misma palabra recurrentemente se evidencia que su
referencia histórica ha variado con el paso del tiempo; una misma palabra tiene varias
acepciones, es decir, varios sentidos, y estos evidencian diferencias ontológicas entre los
seres humanos, así como una influencia del pensamiento sobre la palabra. Por lo tanto,
un cambio en el sentido de una palabra origina un cambio en la acción, y por extensión
influye en la forma de pensamiento, dando lugar a acciones y pensamientos, puesto que
estos se conectan a través de las primeras, que son el resultado de la convivencia social.
Así pues, la palabra materializa el pensamiento a través de las acciones. Y como el ser
ontológico no es inmutable, por medio de la palabra se transforma y de la misma manera
se sirve para señalizar los 3 grados masónicos simbólicos: pensamiento (el aprendiz),
palabra (el compañero) y sonido (el maestro). El lenguaje tiene muchas manifestaciones
y el significado de un término viene, según Wittgenstein, determinado por su uso, de
manera que las palabras a la vez limitan nuestra concepción del mundo. ¿Cómo podemos
entonces trasponer dicha limitación y expresar lo inefable? A través de la filosofía, según
muchos autores incluyendo al citado, o a través de la iniciación, según otros. Para poder
expresar lo inexpresable, lo que está fuera del mundo real actual, lo que es inmutable y
por lo tanto eterno, tenemos que ir más allá de las palabras que son limitadas, trasponer
esta restricción y evocar con los sonidos y con el silencio lo inefable.
Pitágoras nos da el comienzo: “El silencio es la primera piedra del templo de la sabiduría”.
Por lo tanto, que haya silencio en la columna del norte no implica que no haya
comunicación: la ausencia de sonido sirve para revalorizarlo en sus manifestaciones
anteriores (pensamiento) y posteriores (la palabra). A veces, es incluso la réplica más
aguda, otras es un silencio ensordecedor, pero nunca es indiferente. El silencio en la
columna del septentrión amplifica las palabras y da eco al sonido, reverbera, incuba,
espera y crece.
La palabra es un segmento, un eslabón limitado por pausas en la cadena hablada con
múltiples funciones, entre ellas la de expresar. La palabra está formada por unidades que
aparecen libremente en infinitas combinaciones, en cualquier posición y constituyen el núcleo del grupo, puesto que se definen en el entorno en que son expresadas, y además establecen las combinaciones y relaciones necesarias para el entendimiento. También
aquí, en la logia. La columna del Mediodía es la infantería, la que tiene la palabra, los
exponentes físicos de los referentes de los objetos y los símbolos que nos rodean, que ella
transmuta por la vía del sonido y del silencio en palabras con las herramientas adquiridas
en su grado. Es, por lo tanto, el significado de la palabra, ya que es la portadora de su
concepto, aquí y ahora, y se define por su significado. Si aceptamos que el significado de
la palabra es una unidad que comprende tanto el pensamiento generalizado como el
intercambio social y masónico, podremos realizar el verdadero análisis de causas y
efectos de las relaciones que se establecen entre el crecimiento del paso que va de
aprendiz a compañero y en último caso a maestro. La evolución es recíproca y se
retroalimenta: desarrolla la palabra, evoluciona el masón y viceversa.
El sonido, realizado por la vanguardia de la logia, los maestros, es un fenómeno que
involucra el transporte de energía, o sea, el sonido produce un movimiento vibratorio de
un cuerpo que se propaga en la misma dirección en la que lo hace dicho sonido,
produciendo así una gran onda longitudinal que se expande y manifiesta en todo el
espacio de la logia. A las reflexiones del sonido en física se le llaman reverberaciones,
que son la suma total del sonido que llega al oyente, constituido por los aprendices en un
flanco, los compañeros en otro y los propios maestros al frente, en diferentes momentos
temporales y que dependen de la distancia con respecto al receptor y a la fuente sonora.
Mirad, hermanos lo importantes que sois. Fuente y meta que refleja, produce y canaliza
el sonido (de los maestros). Tenemos dos tipos de sonidos reflejados: los sonidos directos,
que son los que se perciben de inmediato, y los sonidos reflejados, que son aquellos que
percibimos solo después de que hayan rebotado en la superficie que delimita (como la
palabra misma) el recinto de la logia, o los objetos que se anteponen a su trayectoria. Por
lo tanto, este sonido reflejado es siempre más largo que el directo, ya que primero oímos
este y después escuchamos las reverberaciones hasta que van perdiendo intensidad y
físicamente desaparecen. Lo curioso es que en todo este proceso nosotros no tenemos la
sensación de oír sonidos separados, puesto que nuestro cerebro los registra como un
acontecimiento único, como único es el sentir y el fin de la logia. Se produce así, otro
efecto: la resonancia, que es el fenómeno que sucede cuando los cuerpos vibran en la
misma frecuencia y palpitan al unísono al recibir las ondas emitidas por el otro, el
prójimo, el hermano. El sonido, además, en combinación con el silencio, es la materia
prima de la música, cuyas cualidades básicas son: la altura, la duración, el timbre, la
intensidad, la fuerza y la potencia. Las cualidades masónicas.
Por lo tanto, hermanos, el silencio, la palabra y el sonido conforman la entelequia de la
logia, que no es otra cosa que el trabajo activo hacia la consecución de un fin que a la vez
es ese fin, ese estado en el que la entidad ha realizado todas sus potencialidades y, por
tanto, ha alcanzado la perfección, la meta y el objetivo último del trabajo y sentir universal
masónico.
Por eso, os pido que cuidemos y seamos los dueños de nuestro silencio, de nuestras
palabras y de nuestros sonidos
.

Dido

0 replies on “El silencio, la palabra y el sonido”